miércoles, 19 de junio de 2013

El poder de las reseñas

Hace tiempo me pidieron que comentase cosas sobre reseñas, así que allá voy. Suena Loreena McKenitt, que recita a San Juan de la Cruz (¡Oh noche que me guiaste!, ¡oh noche amable más que el alborada!, ¡oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada! Sencillamente maravilloso...).

Primera parte — Qué busco en una reseña

Un poco de experiencia personal: empecé a escribir reseñas de cómics hace ya once años, para la web de cómics Zona Negativa, donde aún tengo el privilegio de hacerlo semanalmente. Disfruto mucho apuntando, a veces de forma muy breve, a veces extendiéndome, los motivos por los que creo que una obra funciona o no funciona. Un momento, ¿funcionar? Funciona una máquina, o un medicamento, ¿podemos hablar de “funcionar” cuando hablamos de una obra literaria? ¿Es apropiado aplicar un término tan frío, tan dicotómico, a lo que no es sino un pedazo del alma del autor, su romántico mensaje en una botella? Vaya si podemos. Y debemos, en mi opinión, por motivos que desarrollaré a continuación. Detrás de cada libro, de cada cómic, de cada película, hay un objetivo: el más frívolo es ganar dinero con ello y su éxito en este aspecto —comercialidad de la obra, para entendernos— me interesa solo como observador; los que a mí más me atraen son: transmitir un mensaje, provocar sensaciones y hasta sentimientos, contar una historia y retratar a unos personajes.

Dicho de otro modo, en la mayoría de los casos al autor se le presuponen aspectos como la intención creativa, un cierto grado de ideación, capacidad narrativa y, por el amor de todos los dioses con barba, excelencia ortográfica —no voy a detenerme en este punto que considero obvio: si no sabes escribir, lee hasta que aprendas; entonces puedes empezar—. Aquello que, a mi parecer, es interesante evaluar es hasta qué punto el autor consigue materializar esa intención en una obra que transmite aquello exactamente que quiere transmitir. ¿Significa eso que, para mí, que una obra funcione o no depende de que yo capte exactamente el mismo mensaje que el autor pretendía? No, en absoluto. Adoro que una lectura dé como resultado una conclusión distinta a la que el texto propone. Pero si lo que acabo de leer pretendía transmitir un mensaje profundo y relevante y no encuentro sino superficialidad; si su objetivo es provocar tristeza o hasta cierta congoja pero no consigue tocarme el corazón; si aspira a contar una historia compleja que solo resulta deslavazada; si quiere dibujar personajes complejos que no resisten el más mínimo análisis y se antojan simplistas… entonces estamos, bajo mi criterio, ante una mala obra.

«Alberto, estúpido a la par que encantador avatar de Cernunnos», dirá alguien con esas mismas palabras, «¿y si el autor pretendía crear una historia mal hilada con personajes simplistas —que no simples—, es la obra un éxito?». No, la obra es basura y no debería haber sido publicada. Ya me entendéis, maldita sea. Lo que quiero decir es que, desde mi punto de vista, la reseña ha de ir más allá de la opinión, el punto de vista subjetivo, y fijarse en aspectos contrastables teniendo siempre en cuenta que el reseñista es una fuente parcial, con sus manías y sus gustos: humana, en definitiva. Pero sí creo que el potencial comprador valora el hecho de que se diseccione el texto en busca de los motivos por lo que sí funciona, objetivamente, en vez de tener que deducir si su criterio personal y el del reseñista coinciden. He dado con reseñistas cuya opinión he llegado a valorar a la inversa: si tachan algo de mierda, seguramente me guste; aquello que recibe su aprobación posiblemente me resulte un pestiño pretencioso y carente de dirección.

Os pondré dos ejemplos prácticos: ¡Guardias! ¡Guardias! de Terry Pratchett y el arco argumental Auge de Arsenal, de varios autores a los que haré un favor manteniendo en el anonimato. 

¡GUARDIAS! ¡GUARDIAS!

Comedia fantástica de calidad.
Sobresaliente.
¿Transmite un mensaje? ¿Estás de broma? Transmite una docena de mensajes. Sobre el poder, la manipulación, la responsabilidad, la crianza, la amistad, el estatus quo, el valor. Lo hace de forma sucinta, con humor, un lenguaje cuidado a la vez que comedido, mediante observaciones agudísimas y comentarios discretos de gran peso.

¿Provoca sensaciones y hasta sentimientos? Provoca carcajadas, sonrisas de complicidad, compenetración, compasión, épica, peligro, piedad, conmiseración. Hay páginas que, presentándose como meros gags cómics, encierran una capacidad de emocionar al lector superior a la de libros enteros que aspiran a lo mismo.

¿Cuenta una historia? La historia está bien hilada, estructurada y narrada, es sólida y entretenida, y aunque puede llegar a perder un poco de fuerza en torno a la mitad de la obra, una presentación impecable, algunos giros inesperados y el estupendo cierre garantizan una valoración más que positiva en este apartado.

¿Retrata a los personajes? Ejemplos de personajes simples pero no simplistas. El capitán Vimes, el patricio o el encantador Zanahoria son maravillosos en su sencillez y están perfectamente retratados a nivel de personalidad y motivaciones. Pratchett se las apaña para caracterizar a un orangután que habla con monosílabos. Haz tú lo mismo, venga.

AUGE DE ARSENAL

Para esto lees cómics de superhéroes, ¿verdad? Para leer
sobre disfunciones eréctiles. La respuesta del chaval, para
enmarcar. Esta patochada no merece tu dinero.
¿Transmite un mensaje? Si pretendía transmitir un mensaje de superación de las adversidades y renacimiento, fracasa estrepitosamente a todos los niveles. Terminas de leerlo y la sensación de vacío, de intrascendencia, se adueña de ti. No hay un mensaje, no hay una historia, no hay nada. Hay una sucesión de escenas melodramáticas sin contenido.

¿Provoca sensaciones y hasta sentimientos? Provoca un fuerte sentimiento de rechazo, sí. Lo único que consigue es que sintamos lástima por el personaje: no lástima constructiva, sino lástima de “que alguien acabe con él, por favor”. Provoca aburrimiento, por su torpe narrativa, y hastío, por su intrascendencia. Cualquier sensación es superficial y temporal.

¿Cuenta una historia? La básica premisa se estira como chicle y pierde la dirección varias veces en cuatro ejemplares, que debe ser una especie de récord. Además, es una historia débil que no consigue atrapar al lector, sin garra, sin intriga.

¿Retrata a los personajes? Retrata a un guiñapo que busca ser trágico y oscuro y profundo y solo consigue resultar patético. Los personajes secundarios son planos y sin gracia. Las nociones más mínimas de caracterización ni están presentes ni se las espera.

Eso es lo que busco en una reseña, como autor de la reseña y como autor de un libro. Cuando soy yo el que reseña, a veces trabajo con cómics de 24 páginas que no merecen, por la falta de espacio, ser sometidos al riguroso análisis que sí aplicaría a un arco argumental o a una novela, pero en líneas generales es aquello en lo que me fijo y a lo que más peso otorgo —una vez cubiertos los estándares de calidad exigibles en cuanto a calidad de la escritura, pero insisto en que no tendríamos ni que hablar de ello—. Y también, por supuesto, es lo que busco como autor: una valoración tipo “me gusta/no me gusta” es perfectamente válida y puede ser orientativa para el lector, aunque a mí desde el punto de vista creativo, si queréis llamadlo “profesional”, no me resultan tan jugosas, aunque me pueden ayudar a confirmar que el libro está gustando o no está gustando. En cualquier caso, las reseñas no están pensadas para ir dirigidas al autor… aunque este las tenga muy en cuenta. Lo cual me lleva al segundo punto.

Segunda parte — Cuál es la influencia de una reseña

Ahora la señorita McKennit canta “La dama de Shallot”, parte de mi Santa Trinidad de canciones de la canadiense. Vamos al grano. Jorge Lara, de Fantasymundo, fue quien me preguntó si tenía en mente escribir un artículo sobre la influencia de las reseñas. Antes de hablar sobre ello, me gustaría compartir con vosotros una anécdota, la que considero una de las más gratificantes y satisfactorias de mi trayectoria como reseñista. En una edición del Saló del Cómic de Barcelona, el creador y alma mater de Zona Negativa, Raúl López, me apremió a ir a saludar a un autor.

—Me ha dicho que las reseñas que escribimos de su obra —me dijo, pues habíamos escrito una reseña cada uno— ha despertado mucho interés y eso se ha notado en las ventas.

La figura del crítico, en la película Ratatouille
y en buena parte del imaginario colectivo.
“Se ha notado en las ventas”. Algo que yo había escrito, sin más objetivo que analizar un cómic y compartir mis impresiones con los lectores, había tenido un efecto tangible y esos mismos lectores hacia los que me dirigía habían decidido emitir un doble voto de confianza: a mí como reseñista y otro para el autor. Y lo habían hecho en un número suficiente como para que la editorial enarcase una ceja y se lo comentase al autor. Decir que fue algo inesperado es quedarse corto. El viejo mito dibuja al crítico como un ser huraño que se dedica a torpedear obras, a desmerecer trabajos y a humillar a autores, cuando la realidad es la opuesta: la mayoría de reseñistas que conozco buscan lo contrario, separar el grano de la paja, dar palos a quien merece los palos y ensalzar a quien merece ensalce precisamente para que el dinero de los lectores vaya hacia quién, en su opinión y bajo su análisis, más lo merece. 



El caso es que lo conseguí una vez y es suficiente. Es uno de los recuerdos más gratos que conservo de ningún Saló: escribo reseñas porque me da la real gana y un efecto positivo en las ventas es solo un efecto secundario inesperado… pero es muy satisfactorio, precisamente porque ni lo esperaba ni trabajé para ello. 

No obstante, conviene tener algo en perspectiva: Zona Negativa es una web con casi dos décadas de experiencia a sus espaldas, un trabajo colosal que la sostiene día a día, un equipo de denodados colaboradores y que cuenta con miles de visitas al día. Tiene, por lo tanto, una exposición mayúscula. ¿Qué quiero decir con ello? Quiero decir que el poder de una reseña se sustenta en la calidad/credibilidad, el tiempo y la exposición. Si cualquiera de los tres pilares falla (mucha calidad y exposición, pero poco tiempo de presencia en la web; mucho tiempo y calidad pero poca exposición), lo normal es que el efecto de la reseña sobre el mercado sea muy tímido o directamente imperceptible.

En un sector más pequeño, como puede ser la literatura de género en España, un número suficiente de reseñas puede traer consigo no tanto un pico en ventas como un goteo sostenido: un lector se interesa por la obra y después de comprobar que tiene un elevado número de valoraciones positivas de fuentes que considera fiables, se lanza a darle una oportunidad. Lo he notado con El Rey Trasgo: no he tenido constancia de ninguna reseña que suponga un incremento sustancioso y puntual de las ventas. Sin embargo, con el tiempo el libro ha cosechado muchas y muy positivas valoraciones que sí le han permitido mantenerse en liza y que, casi un año después de su publicación, siga vendiendo poco a poco, siga despertando el interés y llamando la atención de los lectores. Las reseñas, por lo tanto, no han supuesto picos de ventas pero sí aquello que considero muchísimo más importante: respaldan la calidad de la obra, mantienen su presencia en Internet y mantienen vivo el fuego. Estoy convencido de que si la hoguera de El Rey Trasgo no se ha apagado un año después de su publicación, sino que sigue brillando tan viva como el primer día, es en gran parte gracias a las reseñas, al boca a boca, a la difusión desinteresada de lectores satisfechos. Ese es, para mí, uno de los efectos más positivos de las reseñas: dar vida, entendida como perduración, a los libros.

Detrás de este bombazo hay años de goteo. Hacedme el favor de no olvidarlo.
También encuentro fundamentales las reseñas como autor. Aparquemos el tema comercial, que aunque me interese no es lo que más me importa, y vayamos al creativo: como autor, quieres tener el mayor número de opiniones posibles sobre tu obra. Con el tiempo he aprendido a no dejarme engañar: todos los autores que conozco son sensibles a las críticas. Incluso aquellos que se muestran más impasibles o hasta desdeñosos hacia las valoraciones, con tres cervezas encima o si se lee bien entre líneas, demuestran un interés bien tangible hacia las opiniones de los demás. Comprensible, razonable y esperable, por otra parte: si alguien quiere escribir solo para sí escribe un diario, en vez de meterse en el entramado editorial para lograr una mayor exposición. Yo me incluyo en el grupo de los interesados: me gustan las opiniones constructivas —no podía ser de otro modo—, los análisis, las valoraciones; disfruto como un niño de las interpretaciones de mi trabajo, de los distintos puntos de vista, de cómo entendió tal escena o esta secuencia de diálogo un lector u otro; dónde han identificado posibles agujeros argumentales, dónde hay puntos de mejora, qué tengo que tener en cuenta de cara a la segunda parte. Tengo muy en cuenta las opiniones e incluso he apuntado las observaciones más recurrentes, que me han acompañado en todo momento durante la escritura de la segunda parte.

¿Duele? Más duele no aprender.
Hay quienes opinan que dejarse influencias por opiniones ajenas te alejan de tu propia voz. No podría estar más en desacuerdo. Nadie nace con “su propia voz” perfectamente definida. Se trabaja a base de lecturas, lecturas, más lecturas, escribir, escribir un poco más, escuchar críticas y aprender. Desde mi punto de vista, las opiniones son piedras de afilar: hay que ser muy cazurro para dejar que modifiquen el arma que afilan. No temáis ser sensibles a las críticas, pues vuestra arma seguirá siendo la misma: un hacha, una daga, una espada, un mandoble o un sable… pero estará más afilada. Mis mejores maestros han sido también mis mayores críticos y a ellos debo quién soy y cómo escribo, sin haber sentido en ningún momento que había llegado a perder parte de mi identidad por el camino. Lo diré una vez más: las críticas de editores, lectores, reseñistas y amigos no transformaron mi voz, solo la pulieron. En el mundo literario hay un déficit de piedra de afilar, de palos: aún veo a autores enfadándose con reseñistas que ellos consideran duros y que a mis ojos son más suaves que el papel higiénico de Buckingham Palace. Escuchad las críticas de calidad. Aprenderéis una barbaridad de ellas.

Creo que va siendo hora de cerrar. Ahora suena The Bonny Swans, la tercera parte de mi Santa Trinidad Pelirroja Medieval Canadiense. En resumen: escribid reseñas si os apetece. No busquéis materializar vuestro trabajo en forma de copias de prensa, pues los lectores lo notarán. No aspiréis a ser influyentes: vuestra influencia vendrá con el tiempo, la constancia y la exposición. Divertíos haciéndolo pero sed rigurosos: escribir que algo os ha gustado sin más análisis que el estrictamente personal es una opción perfectamente válida, aunque siempre resultará más interesante para los lectores y autores si vas más allá de eso. El poder de la reseña siempre es inmenso para alguien: para quien disfruta leyéndola, para el autor que aprende de ella, para el comprador potencial, aunque solo sea uno, que decide darle la oportunidad a un escritor.

Las reseñas quizá no sean chorros de gasolina que eleven las llamas al cielo, pero son ramas que mantienen vivo el fuego para que autores como yo podamos seguir contando cuentos en torno a la hoguera. Así que gracias. Seguid así. Hacéis que narrar historias sea más cálido y luminoso.

3 comentarios:

  1. Creo que lo has dicho bien, Alberto. Las reseñas son oportunidades que autor y lector se dan mutuamente, o por lo menos así las entiendo yo.

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    1. ¡Ey, muchas gracias! "Oportunidades que autor y lector se dan mutuamente". Qué gran modo de sintetizarlo. :D

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  2. Cuánta razón. Además cuando al escribir reseñas aprendes, no solo el propio autor.

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