Los gatos son más pragmáticos y menos moralistas que los seres humanos. Mucho más pragmáticos y mucho menos moralistas.
Por ejemplo, no tienen Cielo e
Infierno, sino algo completamente distinto. Los gatos no se molestan en dirimir
quién ha sido bueno y quién ha sido malo, en despejar las zonas de gris y en aclarar
malentendidos. Total, el gato muerto, muerto está, ¿o no? Recordarle sus
trastadas –de las que posiblemente no se arrepienta– o alabarle las buenas
acciones –cuando no le hace falta que les doren el ego– es una pérdida de
tiempo absoluta, y el tiempo es algo valioso que ha de invertirse de forma
juiciosa en arañar sofás y echar una carrera por la noche.
Así que en vez de tener un Cielo
y un Infierno para gente buena y mala (¿qué es la gente buena, de todos modos?,
¿y la mala?, ¿no os entra una voraz hambre de atún solo de pensar en ello?),
tienen un lugar para gatos interesantes y otro para gatos aburridos. Los gatos
aburridos no quieren estar con los interesantes: los encuentran hoscos,
marrulleros, groseros, pendencieros, sucios, molestos y taciturnos. Así que se
juntan entre ellos, se hacen una enorme bola y se echan a dormir en un lugar
donde la luz siempre luce los colores tibios del atardecer.
Los gatos interesantes, en
cambio, son aquellos que han vivido vidas intensas y están deseando contarlas.
Son una colección de historias guardadas en cicatrices, de enfermedades que
nunca terminaron de sanar; un catálogo de orejas caídas, de bigotes impares, de
uñas rotas, de capones gratuitos al ver pasar a alguien solo para comprobar
cómo reacciona. Es un lugar ruidoso, caótico, donde no es infrecuente encontrar
un gato caminando en vertical por una pared invisible. ¿Qué pasa? Nadie le dijo
que no pudiese hacerlo. Y si se lo hubiese dicho, no le hubiese hecho el menor
caso. Uno no se vuelve interesante haciendo lo que le mandan.
Hoy el Más Allá de los gatos
interesantes tiene un nuevo vecino. ¿Le veis? Acaba de llegar y ya tiene un
corro de gatitos alrededor dispuestos a escucharle.
Ah, claro, ¿no lo había dicho ya?
Los gatitos van con los gatos interesantes. Los humanos, que inventan cosas muy
buenas –como las mantas– pero a veces demuestran ser idiotas, mandan a sus cachorros a un
purgatorio donde nunca pasa nada. Los gatitos van con los gatos cargados de
historias, para que puedan aprender en la muerte lo que no tuvieron oportunidad
de descubrir en vida.
El nuevo gato tiene nombre de
boxeador y una cicatriz que le tuerce la oreja y le derrama un párpado sobre el
ojo, dándole el aspecto de aquellos actores duros de los años 50 que
desaparecieron con los años para no regresar jamás. Acaba de llegar y ya se ha
metido a los pequeños en el bolsillo.
—¿Cómo te hiciste la cicatriz? —le pregunta una pelusa color tortuga.
—Luchando a zarpa tendida con una wyverna —responde él mientras se pone cómodo en la postura del guardián de Egipto.
—¿Qué es una wyverna? —inquiere una desgarbada bola de pelo canela.
—¿Qué os enseñan aquí? Una wyverna es un dragón sin patas delanteras. Las montan los jinetes de Galaria.
—¡Los jinetes de Galaria! —aúllan las criaturas, sin tener la menor idea de qué significan esas palabras, pero encantados por su sonoridad.
Los gatitos bombardean con
preguntas al recién llegado, que está deseando narrarles sus andanzas. Su vida
es la de los viejos maestros de artes marciales que, convertidos ya en el cuero del que se hacen las correas, cansados de bregar a diario, optaron por una madurez serena y un
retiro dorado. Conoce muchas cosas, algunas de ellas muy personales, pero
durante lustros supo mantener el hocico cerrado y ser el perfecto guardián de
los secretos.
Nació en la calle, en una camada
multicolor, y aprendió. ¡Vaya si aprendió! A discernir quién es tu amigo y
quién solo lo parece, a no cruzar la carretera cuando la luz grande está en
verde, a enseñar los colmillos pocas veces y a utilizarlos cuando hace falta, a
buscar los bocados más tiernos y más recientes de la basura. Pero cuando
concluyó que ya no tenía edad para según qué trotes, siguió a una mujer en la
que olió amor.
Hablando de lo cual, los gatos se
sorprenden mucho cuando descubren que los humanos no pueden oler el amor. Se
mueren de pereza solo de pensar en todas las cosas que tienen que hacer para
descubrirlo: que si cenas, que si miradas, que si roces, que si toma, que si
daca… ¡Un aburrimiento! Y a veces lo que parece amor no lo es, o lo que parece
amistad es en realidad amor, ¡y ellos sin saberlo! ¡Todo por no poder olerlo!
—¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —maúlla
una gatita que no había prestado atención. De haber crecido, hubiese tenido locos
a todos los gatos del barrio con su manto de vainilla.
—Tuve que proteger a una dama de
una jauría de rufianes que la perseguía. Cuando hube derrotado a todos sus
miembros, el líder se abrió paso entre ellos y me retó a un combate singular. —Hace
una estudiada pausa para añadir dramatismo—. Habéis oído la leyenda del gato
que derrotó a un mastín del Cáucaso, ¿verdad?
Los gatitos chillan con deleite,
aunque ninguno ha oído la historia y la mitad no sabe qué es un mastín del
Cáucaso.
El caso es que olió amor y le
siguió. La mujer lo acogió con mucho cariño, pero le llevó con una persona que
le pinchó con una aguja en la pata y le metió un termómetro por el culo. «¡Es
el precio de una etapa tranquila!», pensó con resignación. Esa persona le
dijo a la mujer y a su marido que tenía una enfermedad de la que no se curaría
jamás y que acabaría llevándole a la muerte. «Se llama vida, imbécil», le dijo
con un maullido, pero nadie le entendió y le rascaron detrás de las orejas.
Su madurez fue relajada,
tranquila y reflexiva. Pasaron años hasta que por la puerta de la buhardilla
asomaron dos personas nuevas. Ella era guapísima. Él era… Bueno, él parecía muy
simpático.
—¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —pregunta
un gatito que se acaba de incorporar a la conversación.
—Peleando contra el campeón del
mundo de los pesos pesados, para saldar una cuenta con la mafia —responde.
—¿Y ganaste? —Las orejas del
pequeño que lo pregunta están tan erguidas que parecen a punto de salir
disparadas de la cabeza.
—No gané, pero vencí —contesta
sereno.
Su senectud fue plácida y divertida.
Tiró botes de pintura acrílica y derramó recipientes donde se aguaban las
acuarelas; pisó el mapa de un mundo que no existe y durmió sobre sudaderas con esqueletos
pintados en ellas; oyó hablar de gorilas imaginarios, de juegos, de proyectos,
de miedos, de euforia; vio nacer a un trasgo que deliraba en
la cima de una montaña; escuchó las palabras más dulces y sintió los abrazos
más cálidos. Recibió la visita de un catálogo de personajes que sería demasiado largo desglosar aquí. Así hasta que, casi por sorpresa, envejeció.
Hay quien dice que los gatos se
hacen viejos de un día para otro. Un día están bien y al siguiente dejan de oír.
Luego, de ver. Más tarde dejan de comer. Así hasta que se mueren. ¿Sabéis por
qué? Es porque deciden que ya han experimentado todo lo que tenían que experimentar.
Recordad que son mucho más pragmáticos que los humanos, por lo que no se
aferran a la vida: no se empeñan en apurar hasta el último minuto, sino que
cuando consideran que ya han tenido suficiente, que ya han visto todo cuanto
este mundo les puede ofrecer, se marchan voluntariamente y empiezan a apagarse
poco a poco, como una fila de candelabros.
Y eso hizo el gato con nombre de
boxeador. Apagarse.
—¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —Esta
vez quien habla es un gato entrado en años. Tiene el morro afilado, enormes orejas; el pelo rayado y marrón,
corto. No sería nada extraordinario de no ser por un pequeño detalle: huele
como ellos. Huele a las mismas personas que le acompañaron en los últimos años de su vida. Huele a té
verde y a colonia de limón, a pintura, a cansancio y a esperanza.
A él, decide, no le puede mentir.
Se miran a los ojos y sonríen.
—¿Que cómo me hice esta cicatriz?
Bueno… —dice mientras le hace un hueco a su lado—. Pues es una historia muy
interesante.
Pero la contaremos en otra
ocasión.
Descansa, amigo.
Que esté bien en ese pequeño limbo. Parece que, como su dueño, gusta de contar historias apasionantes.
ResponderEliminarBye, bye, Tyson. Nos vemos en Nunca Jamás para que vuelvas a arrullarte confiadamente en el regazo de esta Niña Perdida.
Un beso, Alberto.
El Valhalla de los gatos ha recibido con honores a su nuevo ocupante. Seguro que se cobró muchas más orejas a mordiscos que su tocayo.
ResponderEliminarUn abrazo de ánimo y gracias por esta entrada.
Mi pequeño truhán !! yo también echaré de menos ver tu cicatriz y saber de tus últimas estafas con botín de amor. Algunos humanos como yo somos tan estúpidos que derramamos nuestras lágrimas cuando vuestro cuerpo peludo pierde su calor y vuestra energía se transforma para dar paso a nuevas aventuras. Quizás somos demasiado egoistas como para apreciar el valor que tiene tanta libertad y solo sabemos centrarnos en el vacío que nos supone no poder acariciaros más. Solo espero que algún día pueda apreciar ese vacío como un gato, que no puede ser más zen. Solo me queda despedirme de ti con estilo felino, con un cálido ronroneo. Prrrrrrrrrrrr !!
ResponderEliminarHace menos de dos meses, mi Reina de los Montes también se fue a ese mundo... espero que se hayan conocido y se cuenten ambos historias de gatos y humanos, esos tontos humanos que nos aferramos a ellos y no queremos que se vayan, y no entendemos que es la hora de visitar otros mundos, y como dice Asyut, de vivir otras aventuras.
ResponderEliminarNo te conocí, minino... pero me has hecho derramar estos lagrimones que ahora mismo convertiré en ronroneos. Dale saludos a mi Mixa.
¡Vosotros también estaréis bien! Porque, mientras recordéis las hazañas de vuestro gato con nombre de boxeador, siempre seguirá vivo. Y a partir de hoy, también en la mente de muchos de nosotros.
ResponderEliminar¿Quién sabe?, tal vez esté de correrías con mi viejo camarada Puki. Los dos saben contar historias. :D
Hasta ahora nunca había leído nada tuyo, pero este pequeño homenaje felino me ha encantado. Es muy entrañable y me has hecho sonreír en varias ocasiones. Mientras leía no he podido evitar recordar a nuestra gata tricolor, la pobre se nos fue hace unos meses, después de vivir miles de aventuras :)
ResponderEliminar¡Excelente relato! Muchas gracias por compartirlo. Cualquier amante de los gatos se sentiría tocado al leerlo, y no soy la excepción. ¡Felinocitaciones!
ResponderEliminar