martes, 25 de junio de 2013

Las Tierras del Trasgo: Is, Esidia y Thorar

Is es piedra blanca y vegas de viñedos. Es sol tibio al norte y vivo al sur, donde linda con Ara; es orfebrería de bronce y lapislázuli, es aceite ardiendo ante los altares de cien dioses. Y también es una tierra de historias que hablan del nacimiento del mundo y su final. Vlad el Viajero observa desde la distancia un corro de niños y, para su sorpresa, niñas, que escuchan a un hombre obeso y rosado con una sonrisa capaz de unir los dos extremos del continente.
Is, por Óscar Pérez.
Primero les habla del norte, de Esidia. Los esidianos, dice, son como osos, no por grandes o fieros, pues no son ni lo uno ni lo otro, sino porque rara vez los verás fuera de su madriguera. Allí, bajo la luz de lámparas de aceite, antorchas o una hoguera en la chimenea, abrigados por pieles y rodeados por paredes de madera y roca, forjan sus armas, leen sus códices, escriben sus tratados, acuñan su moneda. «Les gusta callar», dice, «porque saben mucho, y el que mucho sabe tiene ganas de saber más, así que guarda silencio para escuchar y aprender». Esgrimidores jactanciosos que afirman poder separar la tierra del cielo de un tajo, sinceros hasta el daño, listos como búhos y altaneros como gallos.

Esidia, por Óscar Pérez
«Apenas veían el sol», explica, «así que tuvieron que aprender a medir el tiempo sin él, y que por eso inventaron unos aparatos llamados relojes compuestos por muchas ruedas que bailan entre ellas e indican, con un compás, las horas del día». Habla de las montañas más grandes del continente, hogar de trasgos, pobladas por hombres que unos dicen que son bárbaros aún vivos, otros que solo los espectros que los muertos dejaron atrás. En los picos menudos anidan los grifos y en sus apretados burgos se dice que se reúnen eruditos y sortílegos bajo el mismo techo para intercambiar secretos.

Luego menciona el oeste. Pronuncia el nombre de Thorar, que suena como una espada al desnudarse. Antes de continuar su sonrisa se invierte como la mueca amarga de un sapo. «Thorar nació entre sangres y entre sangres terminará» dice sin que su joven público se sobresalte. «Si miras a los ojos a un thorense», murmura, «puedes ver un desafío helado, muy, muy sereno. No lo controlan. Te miden. Te estudian. Te rondarían en círculos si no tuviesen cortesía. En cada thorense bulle el fuego: por eso adoran al sol, porque cuando miran al cielo no ven a un dios al que rezar sino un igual con el que reunirse en la muerte. Son fieros, no como el tejón y otras alimañas, sino como el venado. No te atacará a menos que entres en su territorio o lo importunes. Ahora bien. Si lo haces, seguirá pateando tu cuerpo después de muerto».

Thorar, por Óscar Pérez
Lubrica su garganta con vino blanco. Mucho. Habla de la corona de Thorar, que por primera vez en siglos no ha cambiado de familia. Del Consejo, cinco sabios que gobiernan todos los asuntos reales. «De uno de ellos se dice que puede transformarse en cuervo a voluntad», dice mientras mueve los dedos, «y de otro, que bajó desnudo de la luna con una lanza de plata. Con alzar una mano, tienen mil picas a sus pies. Si al bajar la mano señalan en una dirección, las naciones que se encuentran al final del dedo tiemblan. ¿Sabéis que hizo así a Thorar? El acero y su propia sangre. Tiene más cicatrices que caminos. Por eso, cuando hagáis daño, pensad que el dolor no es agua, que se evapora al sol: es lava, caliente al derramarse, pero que al enfriarse se acumula, endurece y dura generaciones».

El hombre gordo apura su vaso y mira lejos, a las suaves colinas sobre las que se derrama el pueblo. Ve a Vlad y, reconociendo a un viejo amigo, sonríe.

«Algunos dicen que el continente comenzó en Thorar y en Thorar terminará. Otros dicen que quienes traerán la noche eterna vendrán de las sombras de Esidia. Quizá ambos tengan razón». Los asistentes continuaban escuchando sin dejar entrever muestra alguna de inquietud. «No importa lo que nos deparen los destinos. Llevaremos arena y agua a los fuegos. Llevaremos luz a las sombras. Pues mientras quede un cuerpo en Is capaz de sostener el escudo y la pluma, resistiremos al paso de los siglos y escribiremos sobre el final mismo de los tiempos».

miércoles, 19 de junio de 2013

El poder de las reseñas

Hace tiempo me pidieron que comentase cosas sobre reseñas, así que allá voy. Suena Loreena McKenitt, que recita a San Juan de la Cruz (¡Oh noche que me guiaste!, ¡oh noche amable más que el alborada!, ¡oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada! Sencillamente maravilloso...).

Primera parte — Qué busco en una reseña

Un poco de experiencia personal: empecé a escribir reseñas de cómics hace ya once años, para la web de cómics Zona Negativa, donde aún tengo el privilegio de hacerlo semanalmente. Disfruto mucho apuntando, a veces de forma muy breve, a veces extendiéndome, los motivos por los que creo que una obra funciona o no funciona. Un momento, ¿funcionar? Funciona una máquina, o un medicamento, ¿podemos hablar de “funcionar” cuando hablamos de una obra literaria? ¿Es apropiado aplicar un término tan frío, tan dicotómico, a lo que no es sino un pedazo del alma del autor, su romántico mensaje en una botella? Vaya si podemos. Y debemos, en mi opinión, por motivos que desarrollaré a continuación. Detrás de cada libro, de cada cómic, de cada película, hay un objetivo: el más frívolo es ganar dinero con ello y su éxito en este aspecto —comercialidad de la obra, para entendernos— me interesa solo como observador; los que a mí más me atraen son: transmitir un mensaje, provocar sensaciones y hasta sentimientos, contar una historia y retratar a unos personajes.

Dicho de otro modo, en la mayoría de los casos al autor se le presuponen aspectos como la intención creativa, un cierto grado de ideación, capacidad narrativa y, por el amor de todos los dioses con barba, excelencia ortográfica —no voy a detenerme en este punto que considero obvio: si no sabes escribir, lee hasta que aprendas; entonces puedes empezar—. Aquello que, a mi parecer, es interesante evaluar es hasta qué punto el autor consigue materializar esa intención en una obra que transmite aquello exactamente que quiere transmitir. ¿Significa eso que, para mí, que una obra funcione o no depende de que yo capte exactamente el mismo mensaje que el autor pretendía? No, en absoluto. Adoro que una lectura dé como resultado una conclusión distinta a la que el texto propone. Pero si lo que acabo de leer pretendía transmitir un mensaje profundo y relevante y no encuentro sino superficialidad; si su objetivo es provocar tristeza o hasta cierta congoja pero no consigue tocarme el corazón; si aspira a contar una historia compleja que solo resulta deslavazada; si quiere dibujar personajes complejos que no resisten el más mínimo análisis y se antojan simplistas… entonces estamos, bajo mi criterio, ante una mala obra.

«Alberto, estúpido a la par que encantador avatar de Cernunnos», dirá alguien con esas mismas palabras, «¿y si el autor pretendía crear una historia mal hilada con personajes simplistas —que no simples—, es la obra un éxito?». No, la obra es basura y no debería haber sido publicada. Ya me entendéis, maldita sea. Lo que quiero decir es que, desde mi punto de vista, la reseña ha de ir más allá de la opinión, el punto de vista subjetivo, y fijarse en aspectos contrastables teniendo siempre en cuenta que el reseñista es una fuente parcial, con sus manías y sus gustos: humana, en definitiva. Pero sí creo que el potencial comprador valora el hecho de que se diseccione el texto en busca de los motivos por lo que sí funciona, objetivamente, en vez de tener que deducir si su criterio personal y el del reseñista coinciden. He dado con reseñistas cuya opinión he llegado a valorar a la inversa: si tachan algo de mierda, seguramente me guste; aquello que recibe su aprobación posiblemente me resulte un pestiño pretencioso y carente de dirección.

Os pondré dos ejemplos prácticos: ¡Guardias! ¡Guardias! de Terry Pratchett y el arco argumental Auge de Arsenal, de varios autores a los que haré un favor manteniendo en el anonimato. 

¡GUARDIAS! ¡GUARDIAS!

Comedia fantástica de calidad.
Sobresaliente.
¿Transmite un mensaje? ¿Estás de broma? Transmite una docena de mensajes. Sobre el poder, la manipulación, la responsabilidad, la crianza, la amistad, el estatus quo, el valor. Lo hace de forma sucinta, con humor, un lenguaje cuidado a la vez que comedido, mediante observaciones agudísimas y comentarios discretos de gran peso.

¿Provoca sensaciones y hasta sentimientos? Provoca carcajadas, sonrisas de complicidad, compenetración, compasión, épica, peligro, piedad, conmiseración. Hay páginas que, presentándose como meros gags cómics, encierran una capacidad de emocionar al lector superior a la de libros enteros que aspiran a lo mismo.

¿Cuenta una historia? La historia está bien hilada, estructurada y narrada, es sólida y entretenida, y aunque puede llegar a perder un poco de fuerza en torno a la mitad de la obra, una presentación impecable, algunos giros inesperados y el estupendo cierre garantizan una valoración más que positiva en este apartado.

¿Retrata a los personajes? Ejemplos de personajes simples pero no simplistas. El capitán Vimes, el patricio o el encantador Zanahoria son maravillosos en su sencillez y están perfectamente retratados a nivel de personalidad y motivaciones. Pratchett se las apaña para caracterizar a un orangután que habla con monosílabos. Haz tú lo mismo, venga.

AUGE DE ARSENAL

Para esto lees cómics de superhéroes, ¿verdad? Para leer
sobre disfunciones eréctiles. La respuesta del chaval, para
enmarcar. Esta patochada no merece tu dinero.
¿Transmite un mensaje? Si pretendía transmitir un mensaje de superación de las adversidades y renacimiento, fracasa estrepitosamente a todos los niveles. Terminas de leerlo y la sensación de vacío, de intrascendencia, se adueña de ti. No hay un mensaje, no hay una historia, no hay nada. Hay una sucesión de escenas melodramáticas sin contenido.

¿Provoca sensaciones y hasta sentimientos? Provoca un fuerte sentimiento de rechazo, sí. Lo único que consigue es que sintamos lástima por el personaje: no lástima constructiva, sino lástima de “que alguien acabe con él, por favor”. Provoca aburrimiento, por su torpe narrativa, y hastío, por su intrascendencia. Cualquier sensación es superficial y temporal.

¿Cuenta una historia? La básica premisa se estira como chicle y pierde la dirección varias veces en cuatro ejemplares, que debe ser una especie de récord. Además, es una historia débil que no consigue atrapar al lector, sin garra, sin intriga.

¿Retrata a los personajes? Retrata a un guiñapo que busca ser trágico y oscuro y profundo y solo consigue resultar patético. Los personajes secundarios son planos y sin gracia. Las nociones más mínimas de caracterización ni están presentes ni se las espera.

Eso es lo que busco en una reseña, como autor de la reseña y como autor de un libro. Cuando soy yo el que reseña, a veces trabajo con cómics de 24 páginas que no merecen, por la falta de espacio, ser sometidos al riguroso análisis que sí aplicaría a un arco argumental o a una novela, pero en líneas generales es aquello en lo que me fijo y a lo que más peso otorgo —una vez cubiertos los estándares de calidad exigibles en cuanto a calidad de la escritura, pero insisto en que no tendríamos ni que hablar de ello—. Y también, por supuesto, es lo que busco como autor: una valoración tipo “me gusta/no me gusta” es perfectamente válida y puede ser orientativa para el lector, aunque a mí desde el punto de vista creativo, si queréis llamadlo “profesional”, no me resultan tan jugosas, aunque me pueden ayudar a confirmar que el libro está gustando o no está gustando. En cualquier caso, las reseñas no están pensadas para ir dirigidas al autor… aunque este las tenga muy en cuenta. Lo cual me lleva al segundo punto.

Segunda parte — Cuál es la influencia de una reseña

Ahora la señorita McKennit canta “La dama de Shallot”, parte de mi Santa Trinidad de canciones de la canadiense. Vamos al grano. Jorge Lara, de Fantasymundo, fue quien me preguntó si tenía en mente escribir un artículo sobre la influencia de las reseñas. Antes de hablar sobre ello, me gustaría compartir con vosotros una anécdota, la que considero una de las más gratificantes y satisfactorias de mi trayectoria como reseñista. En una edición del Saló del Cómic de Barcelona, el creador y alma mater de Zona Negativa, Raúl López, me apremió a ir a saludar a un autor.

—Me ha dicho que las reseñas que escribimos de su obra —me dijo, pues habíamos escrito una reseña cada uno— ha despertado mucho interés y eso se ha notado en las ventas.

La figura del crítico, en la película Ratatouille
y en buena parte del imaginario colectivo.
“Se ha notado en las ventas”. Algo que yo había escrito, sin más objetivo que analizar un cómic y compartir mis impresiones con los lectores, había tenido un efecto tangible y esos mismos lectores hacia los que me dirigía habían decidido emitir un doble voto de confianza: a mí como reseñista y otro para el autor. Y lo habían hecho en un número suficiente como para que la editorial enarcase una ceja y se lo comentase al autor. Decir que fue algo inesperado es quedarse corto. El viejo mito dibuja al crítico como un ser huraño que se dedica a torpedear obras, a desmerecer trabajos y a humillar a autores, cuando la realidad es la opuesta: la mayoría de reseñistas que conozco buscan lo contrario, separar el grano de la paja, dar palos a quien merece los palos y ensalzar a quien merece ensalce precisamente para que el dinero de los lectores vaya hacia quién, en su opinión y bajo su análisis, más lo merece. 



El caso es que lo conseguí una vez y es suficiente. Es uno de los recuerdos más gratos que conservo de ningún Saló: escribo reseñas porque me da la real gana y un efecto positivo en las ventas es solo un efecto secundario inesperado… pero es muy satisfactorio, precisamente porque ni lo esperaba ni trabajé para ello. 

No obstante, conviene tener algo en perspectiva: Zona Negativa es una web con casi dos décadas de experiencia a sus espaldas, un trabajo colosal que la sostiene día a día, un equipo de denodados colaboradores y que cuenta con miles de visitas al día. Tiene, por lo tanto, una exposición mayúscula. ¿Qué quiero decir con ello? Quiero decir que el poder de una reseña se sustenta en la calidad/credibilidad, el tiempo y la exposición. Si cualquiera de los tres pilares falla (mucha calidad y exposición, pero poco tiempo de presencia en la web; mucho tiempo y calidad pero poca exposición), lo normal es que el efecto de la reseña sobre el mercado sea muy tímido o directamente imperceptible.

En un sector más pequeño, como puede ser la literatura de género en España, un número suficiente de reseñas puede traer consigo no tanto un pico en ventas como un goteo sostenido: un lector se interesa por la obra y después de comprobar que tiene un elevado número de valoraciones positivas de fuentes que considera fiables, se lanza a darle una oportunidad. Lo he notado con El Rey Trasgo: no he tenido constancia de ninguna reseña que suponga un incremento sustancioso y puntual de las ventas. Sin embargo, con el tiempo el libro ha cosechado muchas y muy positivas valoraciones que sí le han permitido mantenerse en liza y que, casi un año después de su publicación, siga vendiendo poco a poco, siga despertando el interés y llamando la atención de los lectores. Las reseñas, por lo tanto, no han supuesto picos de ventas pero sí aquello que considero muchísimo más importante: respaldan la calidad de la obra, mantienen su presencia en Internet y mantienen vivo el fuego. Estoy convencido de que si la hoguera de El Rey Trasgo no se ha apagado un año después de su publicación, sino que sigue brillando tan viva como el primer día, es en gran parte gracias a las reseñas, al boca a boca, a la difusión desinteresada de lectores satisfechos. Ese es, para mí, uno de los efectos más positivos de las reseñas: dar vida, entendida como perduración, a los libros.

Detrás de este bombazo hay años de goteo. Hacedme el favor de no olvidarlo.
También encuentro fundamentales las reseñas como autor. Aparquemos el tema comercial, que aunque me interese no es lo que más me importa, y vayamos al creativo: como autor, quieres tener el mayor número de opiniones posibles sobre tu obra. Con el tiempo he aprendido a no dejarme engañar: todos los autores que conozco son sensibles a las críticas. Incluso aquellos que se muestran más impasibles o hasta desdeñosos hacia las valoraciones, con tres cervezas encima o si se lee bien entre líneas, demuestran un interés bien tangible hacia las opiniones de los demás. Comprensible, razonable y esperable, por otra parte: si alguien quiere escribir solo para sí escribe un diario, en vez de meterse en el entramado editorial para lograr una mayor exposición. Yo me incluyo en el grupo de los interesados: me gustan las opiniones constructivas —no podía ser de otro modo—, los análisis, las valoraciones; disfruto como un niño de las interpretaciones de mi trabajo, de los distintos puntos de vista, de cómo entendió tal escena o esta secuencia de diálogo un lector u otro; dónde han identificado posibles agujeros argumentales, dónde hay puntos de mejora, qué tengo que tener en cuenta de cara a la segunda parte. Tengo muy en cuenta las opiniones e incluso he apuntado las observaciones más recurrentes, que me han acompañado en todo momento durante la escritura de la segunda parte.

¿Duele? Más duele no aprender.
Hay quienes opinan que dejarse influencias por opiniones ajenas te alejan de tu propia voz. No podría estar más en desacuerdo. Nadie nace con “su propia voz” perfectamente definida. Se trabaja a base de lecturas, lecturas, más lecturas, escribir, escribir un poco más, escuchar críticas y aprender. Desde mi punto de vista, las opiniones son piedras de afilar: hay que ser muy cazurro para dejar que modifiquen el arma que afilan. No temáis ser sensibles a las críticas, pues vuestra arma seguirá siendo la misma: un hacha, una daga, una espada, un mandoble o un sable… pero estará más afilada. Mis mejores maestros han sido también mis mayores críticos y a ellos debo quién soy y cómo escribo, sin haber sentido en ningún momento que había llegado a perder parte de mi identidad por el camino. Lo diré una vez más: las críticas de editores, lectores, reseñistas y amigos no transformaron mi voz, solo la pulieron. En el mundo literario hay un déficit de piedra de afilar, de palos: aún veo a autores enfadándose con reseñistas que ellos consideran duros y que a mis ojos son más suaves que el papel higiénico de Buckingham Palace. Escuchad las críticas de calidad. Aprenderéis una barbaridad de ellas.

Creo que va siendo hora de cerrar. Ahora suena The Bonny Swans, la tercera parte de mi Santa Trinidad Pelirroja Medieval Canadiense. En resumen: escribid reseñas si os apetece. No busquéis materializar vuestro trabajo en forma de copias de prensa, pues los lectores lo notarán. No aspiréis a ser influyentes: vuestra influencia vendrá con el tiempo, la constancia y la exposición. Divertíos haciéndolo pero sed rigurosos: escribir que algo os ha gustado sin más análisis que el estrictamente personal es una opción perfectamente válida, aunque siempre resultará más interesante para los lectores y autores si vas más allá de eso. El poder de la reseña siempre es inmenso para alguien: para quien disfruta leyéndola, para el autor que aprende de ella, para el comprador potencial, aunque solo sea uno, que decide darle la oportunidad a un escritor.

Las reseñas quizá no sean chorros de gasolina que eleven las llamas al cielo, pero son ramas que mantienen vivo el fuego para que autores como yo podamos seguir contando cuentos en torno a la hoguera. Así que gracias. Seguid así. Hacéis que narrar historias sea más cálido y luminoso.

viernes, 7 de junio de 2013

Lectura conjunta de El Rey Trasgo

Es muy posible que hayas oído hablar del libro. Una reseña. Un comentario en un foro. Un mensaje en una red social. Cosas que despiertan una chispa de curiosidad.

Hasta ahora no te has animado a probar con él. El panorama editorial tiene propuestas interesantísimas y desde los estantes de las librerías, una legión de portadas te tienta con promesas deliciosas.

Pero te seguías acordando de ese libro de los trasgos, la tinta, las lágrimas y la roca, ¿verdad?; esperando, quizá, a que llegue ese momento adecuado de hacerte con él.

Pues bien, ese momento ha llegado.

Alkiio, autora del blog Historia de una Palabra ha creado una iniciativa de las que te hacen actualizar el navegador para asegurarte de que son ciertas. Ha tenido la estupenda idea de crear una lectura conjunta de El Rey Trasgo. Disfruto mucho de las lecturas conjuntas así que si vosotros también, tenéis una oportunidad de oro para adentraros en el mundo del trasgo.

Sea vuestra primera lectura o la segunda -que también vale-, os animo a recorrer junto a este grupo las galerías de los Picos Negros, a contemplar el continente a bordo de la Ciudadela, a perderos en el aroma a madera y papel en una librería de Esidia. Podéis conocer los detalles de la iniciativa haciendo clic aquí o en la imagen, que podéis incorporar a vuestros blogs.


Esperad... No pensaríais que lo iba a dejar aquí, ¿verdad? De eso nada. Desde Kelonia y a título personal queremos tener un detalle con quienes participen. Además de un 5% de descuento automático si compráis el libro a través de la web de Kelonia -indicad vuestra participación en la lectura conjunta en los comentarios-, entre los participantes sortearé tres copias de Las Tierras del Trasgo dedicados por Óscar Pérez. 

¿Cómo funciona? Tú participas. Si la fortuna te elige con su blanco dedo coronado de nácar, eliges la Tierra del Trasgo que más te guste y la recibes en casa. Así de sencillo. Así de bonito.

Y aún quedan tres Tierras por publicar, que estarán en el blog en Julio: Is, Esidia y Thorar. Ya veréis, ya.

Gracias a todos los que participéis y un agradecimiento especial con abrazo incluido para Alkiio por la idea.

miércoles, 5 de junio de 2013

Crónica de la Feria del Libro de Madrid y la Blogger Lit Con... Ah, y la Boda Roja

El viernes quedé con M. Braceli, ganador del Domingo Santos 2012, autor de Orpheus, devorador de mitología clásica; uno de esos tipos con las que dan ganas de apoyar la cabeza sobre las manos y limitarse a escuchar lo que tiene que decir: con comida tailandesa en el estómago y después de charlar sobre los personajes femeninos y sus tristes denominadores comunes en novelas de éxito como Los juegos del hambre, Crepúsculo o 50 sombras de Grey —Manuel tiene un punto de vista la mar de interesante sobre esto; tengo en mente montar un podcast en este blog y ese sería uno de los primeros capítulos—, nos encaminamos a la caseta 300 (Antonio Machado), donde disfrutamos de la inmejorable compañía de sus libreros: hablamos sobre venados, la muerte, Muerte —de Gaiman— y la necesidad de invasiones bárbaras periódicas para renovar el mundo.

Mi amigo Álex Portero sabe qué hay al final de esta carga.
Leo hoy que el género fantástico ha sido el más demandado en la Feria del Libro, con amplia diferencia, y que además es algo que al parecer viene produciéndose desde hace tiempo. Mi percepción está muy sesgada ya que la caseta en la que firmé es de literatura general, no especializada, pero aquí están mis conclusiones basadas en mi limitada experiencia: el lector de literatura fantástica no pasa de los cuarenta, de los treinta y muchos si me apuras, y son los jóvenes quienes se muestran más entusiastas a la hora de adentrarse en ese género. El lector que ya conoce la fantasía y la disfruta viene con una predisposición no evidente, pero que sí se deja intuir, mientras que aún hay un porcentaje nutrido de lectores que no se plantea siquiera acercarse al género. Miran la contraportada para saber de qué va ese libro de la portada con tintas y cuando identifican una serie de palabras clave, lo dejan donde estaban.

Lo cual me lleva a pensar que los niños crecidos al abrigo de los productos —culturales y de consumo— de corte fantástico de los 80 y los 90 ahora se convirtieron en adultos que siguen buscando y consumiendo esos contenidos. Los nacidos en los noventa, por otra parte, se ha criado en una sociedad en la que la fantasía goza de una aceptación mucho mayor, más difusión, más medios, más autores, en la que está más disponible que nunca y se promociona con fuerza. Comparad el número y la recaudación de películas basadas en libros de fantasía o cómics de hace tres décadas con la situación actual. Pues eso. Es algo que comentábamos Antonio Martín Morales y yo en la charla de la Feria de Sevilla, a cargo de Bibliofórum, y en la charla de literatura fantástica de la Blogger Lit Con (luego hablo de ella): el friki de los 80/90 ha dejado de ser un niño para convertirse en un adulto con poder adquisitivo, y junto a la nueva hornada juvenil acostumbrada a leer fantasía, se ha conseguido que la fantasía adquiera una presencia, una entidad, un poderío comercial, si se me permite la expresión, que hace que las editoriales empiecen a tenerla en consideración y surjan iniciativas como Fantascy o haya un boom de sellos que publican género fantástico. El tiempo dirá si se convierten en algo estable o en el síntoma de una moda pasajera.

Pienso que el futuro en este aspecto es todo lo halagüeño que puede ser un sector del panorama editorial: en España hay cantidad y hay calidad, hay autores excelentes que solo necesitan tener el foco sobre ellos para mostrarle a quien quiera detenerse en sus páginas que son capaces de crear, transmitir y emocionar. ¿Se librará la fantasía de su etiqueta de género juvenil? Creo que lo hará, sin duda, y que es cuestión de tiempo. ¿Se libará de ser tachada de género denso, inaccesible? Depende de los autores. ¿Hay mercado de lectores en España para sostener una producción abultada de autores patrios de género fantástico? Tal vez. Quizá sea cuestión de crearlo a golpe de talento y promoción, mucha promoción. La alternativa es quedarnos escondidos debajo de una piedra y chuparnos el dedo mientras nos lamentamos de lo mal que va todo. Y no sé vosotros, pero yo odio el sabor de mi propio pulgar. Así que vamos a ver qué sucede ahí fuera.

Al día siguiente me reuní con el señor Braceli, Iria Parente, Bárbara Hernández y Juan Díaz —colgaré sus fotos, que merecen posts enteros, más adelante— para asistir a la Blogger Lit Con. Os cuento.

Dedicando ejemplares de El Rey Trasgo
durante la Blogger Lit Con.
En primer lugar, se trata de una convocatoria que no gira en torno o está financiada por actividad comercial alguna, que no tiene más respaldo que el de las personas que la organizan y siguen, además de las editoriales que deciden apoyar el evento con ejemplares gratuitos —no dejéis de hacerlo nunca, por favor—, una iniciativa que solo parte del deseo de compartir una afición sin que nadie se lleve un duro, y que coge y reúne a más de 250 personas. Y no para colocarle una bufanda deportiva a una estatua, sino para hablar de libros. De libros. En la España del S.XXI: la España del Gran Hermano, de la emigración —o el balance migratorio positivo inverso por afán de ver mundo, o como se diga ahora—, de los recortes en cosas que estorban, como cultura, educación e investigación para dedicar ese dinero a financiarle las cervezas a la casta. En esa España negra, injusta, cazurra, amarga, eterna, ensañada con los jóvenes y los débiles, son precisamente esos jóvenes los que se reúnen en un enorme grupo para reír juntos, leer juntos, compartir experiencias, sensaciones, recuerdos, para engalanar sus libros con recuerdos de tinta, para hablar. De libros. En la España del S.XXI. Si no crees que eso es la definición de “maravilloso”, apártate de mi vista. Esos jóvenes, los que han leído, los que se han asomado a más mundos, los que han alimentado sus inquietudes y su curiosidad con letras, serán sobre quienes en un futuro recaiga la posibilidad de hacer de esta una sociedad un poquito más justa. Si es que para entonces aún les quedan ganas de enderezar este garbanzal, claro. Si para entonces no se han largado todos, haciendo cortes de manga desde el avión.

Dicho lo cual, entre una atmósfera positiva, optimista y enérgica, participé en el encuentro de autores de Kelonia junto a Bárbara, Manuel, Sergio Alarte y Juan Torregrosa, autor del próximo lanzamiento de la editorial, la novela de ciencia ficción “Ocaso en Shangai”. Hablé, cómo no, de trasgos, de tintas, de la segunda parte de la novela, de los títulos de la pentalogía —sí, finalmente es una pentalogía, sí, daré los títulos... más adelante— y de por qué creo que los autores somos cavernas de eco, con sus propios sonidos, sí, pero cuya principal aportación es devolver modificado aquello que nos llega, devolver las palabras que nos visitan con nuestra propia voz. Después, Bárbara nos regaló a todos el privilegio de dedicar ejemplares de Pétalos de Papel y El Rey Trasgo con acuarelas. Cada vez que sostenía uno de sus pinceles, se formaba un corrillo alrededor. A veces solo deseas que las personas que te rodean sean plenamente conscientes de su enorme valía.

M. Braceli, el rey de los trasgos, Bárbara Hernández, Sergio R. Alarte, Juan Torregrosa
Tenía muchas ganas de hablar con José Antonio Cotrina y Antonio Martín Morales de fantasía: ambos son unos monstruos, con la pluma —o el teclado— y con el micrófono, así que mis expectativas eran altas. Y quedaron cubiertas, vaya si lo quedaron. Hablamos de por qué han de morir nuestros personajes, de escribir sobre las vicisitudes del ser humano en un mundo de fantasía (los reinos, las criaturas y las armaduras son atrezzo, lo que interesa realmente es indagar en la naturaleza humana, dije, o algo así), de las fuentes de inspiración de cada uno de nosotros —libros, por supuesto, pero también cómics, series o películas—, del prometedor futuro de la fantasía —los tres estábamos de acuerdo en que la cosa pinta todo lo bien que puede pintar— y de nuestros respectivos trabajos. Una charla en la que la participación del multitudinario público fue imprescindible: cada vez disfruto más respondiendo preguntas en vez de hablando por mi cuenta. Que no os sorprenda si mi próxima presentación consiste en “hola, me llamo Alberto, he escrito un libro de fantasía con tintes oscuros y trasgos que sabe a lágrimas, sangre y roca, ¿preguntas?”. No, en serio. Que no os sorprenda.

José Antonio Cotrina, Antonio Martín Morales, un término medio entre bárbaro y caballero
El día siguiente, Anabel Botella y Laia Soler hablaron de sus novelas, sus motivaciones, la industria, la distribución, los negros literarios y todo lo que hay entre medias. No conocía a Laia, aunque me pareció que aúna esa mezcla perfecta entre pasión y cabeza que tanto escasea y que tan atractiva encuentro. Anabel es un torrente de personalidad sereno y constante y se puede aprender mucho escuchándole. En suma, la Blogger Lit Con fue un evento fantástico del que guardo un recuerdo excepcional por el ambiente que fue capaz de crear, las oportunidades que me brindó de ponerme en contacto con los lectores y la calidad humana de sus participantes y organizadores.

Oh George, you so crazy.
Bien, y ahora la otra cosa. Juego de Tronos. El episodio noveno de la tercera temporada. La Boda Roja. La misma maldita historia de siempre: ese halo de preeminencia con el que se cubren aquellos aficionados (ocurre en la música, en el cómic, en la literatura, allá donde mires) que, por algún motivo que se me escapa, parecen querer situarse en un estrato superior de fan al de aquellos que solo ven la serie, quienes no tienen tiempo, o ganas, o ninguno de ambos, para leer los libros. Comentarios paternalistas acerca de lo monas que resultan las reacciones de los espectadores, spoilers gratuitos bajo el pretexto de que los libros “salieron hace mucho y ya deberíais de haberlos leído”. Altanería. No es el fin de la civilización occidental y he leído algunos posts francamente divertidos... pero por otra parte, es la constatación de que una parte de los aficionados aún se muestra reacia a que el género se popularice. "Y si se populariza, que queden claro que aún hay clases". ¿Por qué no plantearlo de otro modo?

A veces, merced de la presencia de lo fantástico en la cultura popular, se nos olvida que el género y los aficionados en su conjunto aún son percibidos en algunos sectores como un nicho endogámico, un coto en el que el objetivo no es disfrutar de una afición en común sino coronarse como el mayor experto, el más friki, el que estaba primero, el fan original. No creo que esto funcione en base a quién llegó primero, quién tiene más trienios, quién es el alfa y quién el beta. Esto, opino, va de disfrutar todos juntos de las mismas historias, de compartir emociones, de ver a la gente que alucina con la Boda Roja de la serie con alegría, no con condescendencia o peor aún, con un sutil toque de altivez. Tendríamos que estar dando palmas por el hecho de que haya tanta gente que se ha lanzado a la serie sin haber leído los libros: eso significa que el gran público se atreve a dar el salto cuando hay medios y promoción suficientes. Si la serie solo la viesen los lectores, eso sí sería un fracaso sonado: significaría que la fantasía es, como afirmaban los más férreos detractores, un nicho, una caverna que se alimenta de sí misma, un género que solo puede interesar a un tipo muy concreto de aficionado. Un producto para frikis. Y aunque fuese un éxito comercial, creo que eso supondría una derrota para el género fantástico y sus posibilidades.

La próxima ocasión en la que veáis a alguien flipar con un episodio de Juego de Tronos, en vez de colgarse la medalla de veterano y recomendarles leer libros con el tono del viejo profesor de Lengua y Literatura,  ¿por qué no celebrar el simple hecho de que estén inflando la cuota de pantalla de una serie de contenido fantástico basada en un libro? Y si queréis animarles a leer los libros... bueno, solo quiero decir que quizá haya otra aproximación, otro enfoque a tan sano objetivo, que no implique arruinarles el episodio de una serie.

Alejémonos de la endogamia, anda, que ya sabemos a qué conduce eso.

¡Quemadlos a todos! ¡Bisoños! ¡Impuros! ¡Mainstream!
¡Yo leí los libros! ¡Yo estaba primero! ¡Yo soy especial!
¡YO SOY ESPECIAL Y VOSOTROS NO!